sábado, 9 de enero de 2010

Laberinto, Basural, Historia


Laberinto


Tiembla el reloj ante el relojero
porque no sabe ni quiere saber
si han venido a destruirlo o ajustarlo


Neurosis histeria o catarsis
es ese nuestro intrincado laberinto




Basural

Caminé en medio del basural


Conocí la triste historia de un sofá olvidado


De las teles sin pantalla


Camine en medio del basural


Vi un espejo trizado que se asomaba entre los escombros


Pise con mis zapatos la mierda


Conocí la soledad profunda de las lavadoras rotas


De unos zapatos secos

Sin suelas


De una cómoda sin cajones


Caminé en medio del basural

Entre sus escombros se deshilachaba el pasado

Conocí sus ruinas y sus penas


Y por un segundo

en un reflejo añejo

atisbé mi rostro fragmentado



Historia

Escucha este tronar

este deseo de estruendo

de explosiones

Ese deshacerse en el cataclismo


Levantar arrogantes los puños


Desprenderme del muro


Sumergirme en mi catarsis


No añorar más el lento deslizar


Relámpago destello


Luz de puños


Brazos al cielo desplegados


Escucha bien, no es un murmullo lo que oyes

Es el sordo clamor de la historia

Que golpea y golpeará las puertas

hasta derribarlas


martes, 5 de enero de 2010

Caminante

Un caminante que da la espalda
Un caminante en un paisaje campesino
Un paisaje nublado gris y tormentoso


Que hace pensar en cuentos de almas en pena en medio del campo
Que hace pensar que se girará con su calavera y nos dirá soy la muerte que viene a buscarte




Un caminante al que tragan las tinieblas de la noche


Un caminante del cual al otro día quedó sólo su estela en el camino
Su triste carcasa de huesos

Omar

El otro día estaba acá mismo
Donde mismo estoy ahora
En el compiuter
Leyendo mis poesías
Y tomándome una cerveza


Y de repente me acordé del Omar


Cuando entrábamos al Bar Andrea estaba siempre ahí
Sentado, con las fichas de dominó ordenadas frente a él
Con un jockey sucio
Con una malta
Y curao’
Pero curao’ piola
Y nos saludaba
Wena mena, wena navarro, wena waren


Y seguía tomando malta y jugando dominó


El Omar


Era piola el Omar
Y buena onda


Nosotros tomábamos Báltica y después venía y se sentaba con nosotros
Con su cara de buena gente
De curaito’ alcoholizado




El Omar




Que había trabajado quince años en un supermercado
De reponedor de frutas y verduras
Acarreando bandejas con tomates
Descargando camiones con yales malos que le habían cagado la espalda


El Omar
Que nos ofrecía siempre malta ahí en el Bar Andrea pasadito la Plaza Egaña.
Quince años había trabajado de reponedor
Hasta que un jefe se trató de meter con su señora
Ahí lo echaron
Después de quince años


Pero el Omar era vivo.
Y llamó a la inspección del trabajo
Y le tuvieron que dar la indemnización que le habían negado


Diez millones de pesos más o menos le dieron
Una fortuna
Por eso hora vivía sin trabajar
haciendo amigos en el bar
Y se tomaba la plata
Y jugaba dominó
Y nos regalaba malta
Y nos contaba su vida



De su señora y de una hija que no veía
Del supermercado y de la indemnización


Era buena onda el Omar, perdido ahí en el Bar Andrea, como nosotros
Pendejos pequeño burgueses jugando a emborracharnos
Jugando a la amistad alcohólica con los que conocían la vida de verdad




El Omar con su jockey viejo y sucio
Con los ojos vidriosos
Con sus ojos cerrándose en medio de la borrachera
Con sus ojos perdidos en la soledad alcohólica del bar
Con sus ojos perdidos en su historia
La historia de una vida de trabajo sin sentido diluida en partidas infinitas de dominó y de vasos de malta


En el Bar Andrea, que después lo cerraron porque se murieron los dos dueños. Primero uno y después el otro. De cáncer se murieron los tíos


Y al Omar nunca más lo vimos
Nosotros seguimos ahogando nuestras borracheras en otros bares y cunetas





Y ahora estoy de nuevo acá en el compiuter
Acordándome y escribiendo
Porque en esta habitación lejana tengo sólo mis recuerdos
Que brotan y se escriben en mis palabras

Capítulo III: La República de las Tres Islas.

III

Gadaré y Rodsó se cruzaron en el umbral de la puerta. Los ojos del segundo buscaron el rostro del primero, quien levantó de improviso la mirada. Se examinaron mutuamente durante un segundo y luego, el rostro de Gadaré se movió ligeramente hacia abajo, como realizando una sutil afirmación. El republicano se hizo a un lado y lo dejó pasar. Vestía un impecable uniforme militar y una elegante capa azul que llegaba casi al suelo. Se acomodó con rapidez frente a Nuspano de Daroschen. Cruzó una de sus piernas sobre la rodilla de la otra y las puntas de sus dedos se encontraron sobre su regazo.

Nuspano quiso disfrutar de su pequeño momento. Durante años había debido soportar miradas de desdén y una silenciosa indiferencia de tipos como él.



-Y bien mi estimado coronel, ¿qué se siente tener que rebajarse a pedir el socorro de alguien a quien desprecia?


El coronel se mantuvo impasible.


-El destino a veces es irónico ¿no? Durante años se nos han opuesto como enemigos, han despreciado y ridiculizado nuestras ideas y ahora lo tengo aquí, obligado a negociar conmigo.


-Creo, mi estimado señor de Daroschen- comenzó a hablar el coronel con diplomacia-que se equivoca conmigo. Nunca, y póngame atención, ¡nunca! he yo menospreciado ni sus ideas ni las de nadie más. La política es así simplemente. A veces, pone en trincheras opuestas a personas como nosotros, que quizás bajo otras condiciones podrían haber mantenido relaciones de muy diverso tipo y porque no decirlo, tal vez estrechar profundos e íntimos lazos de amistad. Porque le digo mi amigo, y déjeme que le llame así, amigo, que usted y yo nos parecemos mucho más de lo que cree.


-Yo no lo creo ¿En que podríamos parecernos usted y yo?


-¿Pero no somos acaso los dos hombres políticos? ¿No estamos los dos aquí acaso, porque creemos que a través de nuestro trabajo podemos hacer del mundo un lugar mejor? Sí, somos los dos soñadores e idealistas y esto, déjeme que se lo diga, nos hace más que amigos, nos hace hermanos.


Por unos instantes, Nuspano pensó que había juzgado mal al coronel, pero desalojó rápidamente aquella idea de entre sus pensamientos.


-Déjeme que le diga, mi amigo –respondió entonces, no sin cierta sorna en su voz- que el único sueño suyo y de los de su clase es el oro. El oro y nada más que el oro. Bueno, tal vez también la plata… y porque no decirlo, los diamantes y la seda.


El coronel sacudió pesadamente la cabeza.


-Que mal que me comprende usted mi estimado señor. Usted habla de los metales y las joyas como si fuera eso el único objetivo de mi vida, y déjeme decirle que se equivoca. Nuestro objetivo no ha sido nunca otro que el de ver resurgir a nuestra amada República de las Tres Islas, devolverle toda su gloria y todo su poder. Las riquezas materiales querido amigo mío, son sólo un medio para nuestro fin, y nuestro fin no es otro que devolver la prosperidad a todo los súbditos, incluidos nuestros vasallos.


Nuspano intentó hablar, las palabras se le atragantaban y no podía ni quería contenerlas, pero Toespan le hizo un gesto con la mano, como pidiéndole tiempo para continuar.


-Se equivocan por cierto, todos los que dicen que no pensamos en el pueblo llano, se equivocan rotundamente, pues ellos han estado siempre en el centro de nuestros pensamientos. Por eso le decía que usted y yo nos parecemos mucho más de lo que podría imaginar. Hasta ahora la política nos había dividido a nosotros, a todos quienes creemos que los vasallos, los campesinos y mineros, los pescadores y los pastores, merecen mucho más de lo que tienen. Cuantas veces no he deseado abrazarlo al escucharlo hablar en algún debate. Déjeme que le diga, que cada vez que se dirigía a este senado de momias, con sus palabras llenas de pasión e ideales, yo lo he admirado, y he lamentado profundamente estas frías y anticuadas leyes no escritas de la política que me impedían acercármele y darle ese abrazo fraterno de apoyo que tanto necesita –el coronel parecía estar llegando al climax de su discurso. Nuspano lo observaba sorprendido, jamás hubiera imaginado que un hombre como él albergara tales pensamientos- porque yo, al igual que usted, creo que en esta nación que amo hay una injusticia fundamental, una deuda con nuestro pueblo que no hemos saldado, y es esta la oportunidad de hacerlo. Y créame, que no soy el único al interior de mi partido que desea dirigirle a usted palabras de este mismo tipo. Qué dice entonces mi amigo ¿Cree que podemos lograr algún acuerdo?


Le costó unos instantes a Nuspano salir del profundo asombre que el discurso del coronel le había producido. Al inicio no pudo tomarlo en serio, pero en esta última parte, al verlo agitar los brazos y levantar las manos al cielo –como poniéndolo de testigos de sus palabras- y observar sus ojos llenos de pasión, no pudo no creerle y estaba casi del todo convencido que alguien que mentía concientemente no era capaz de hablar de tal modo y que por ende el coronel, al igual que él, era un incomprendido, un hombre aislado que por lealtad a su casta y su partido había debido callar hasta ese momento sus verdaderas convicciones.


-No sé bien que decirle… nunca me hubiera esperado este discurso de parte suya- logró balbucear al fin.


-No se preocupe. Basta que se comprometa a trabajar conmigo. Es necesario poner orden en mi partido también. Hay quienes se oponen categóricamente a todo acuerdo con ustedes y que prefieren votar por la paz, hay también otros que esperan conseguir la mayoría por otros medios. Déme hasta mañana al mediodía y lograré atraerlos hacia nuestro bando.


Recobrando un poco la compostura, Daroschen tomó aliento para hacer la pregunta que de verdad le interesaba.


-Todas sus palabras han sido bellas, coronel, pero dígame, ¿Qué tan lejos quiere llegar usted?


-¿A que se refiere?


-Me refiero al verdadero objetivo. Nosotros tampoco nos conformaremos con poco. Su discurso ha sido elocuente y me ha convencido de su sinceridad, pero dígame ¿pretende usted apoyarnos en nuestra meta de conseguir el voto universal?


-¡Oh!… esas son sin duda palabras mayores, pero es una meta que vale la pena intentar alcanzar. Yo, mi querido amigo, lo apoyo, de todo corazón, pero le advierto que nos enfrentamos a muchos intereses mezquinos, que no vacilarán en exigir algo a su vez, ya que nuestro meta es altísima y su costo será equivalente. Habrá que negociar. Pero en la medida en que usted se comprometa a darnos su voto, a apoyar esta guerra que nos devolverá toda nuestra antigua gloria, le aseguro que todo es posible. Dígame, sin tapujos ¿puedo contar con su voto?


-Por cierto que sí, pero sólo en la medida en que ustedes apoyen el voto universal.


-Bien dicho, me gustan los hombres decididos, con objetivos claros como usted. Deje lo otro en mis manos.