Un caminante que da la espalda Un caminante en un paisaje campesino Un paisaje nublado gris y tormentoso
Que hace pensar en cuentos de almas en pena en medio del campo Que hace pensar que se girará con su calavera y nos dirá soy la muerte que viene a buscarte
Un caminante al que tragan las tinieblas de la noche
Un caminante del cual al otro día quedó sólo su estela en el camino Su triste carcasa de huesos
El otro día estaba acá mismo Donde mismo estoy ahora En el compiuter Leyendo mis poesías Y tomándome una cerveza
Y de repente me acordé del Omar
Cuando entrábamos al Bar Andrea estaba siempre ahí Sentado, con las fichas de dominó ordenadas frente a él Con un jockey sucio Con una malta Y curao’ Pero curao’ piola Y nos saludaba Wena mena, wena navarro, wena waren
Y seguía tomando malta y jugando dominó
El Omar
Era piola el Omar Y buena onda
Nosotros tomábamos Báltica y después venía y se sentaba con nosotros Con su cara de buena gente De curaito’ alcoholizado
El Omar
Que había trabajado quince años en un supermercado De reponedor de frutas y verduras Acarreando bandejas con tomates Descargando camiones con yales malos que le habían cagado la espalda
El Omar Que nos ofrecía siempre malta ahí en el Bar Andrea pasadito la Plaza Egaña. Quince años había trabajado de reponedor Hasta que un jefe se trató de meter con su señora Ahí lo echaron Después de quince años
Pero el Omar era vivo. Y llamó a la inspección del trabajo Y le tuvieron que dar la indemnización que le habían negado
Diez millones de pesos más o menos le dieron Una fortuna Por eso hora vivía sin trabajar haciendo amigos en el bar Y se tomaba la plata Y jugaba dominó Y nos regalaba malta Y nos contaba su vida
De su señora y de una hija que no veía Del supermercado y de la indemnización
Era buena onda el Omar, perdido ahí en el Bar Andrea, como nosotros Pendejos pequeño burgueses jugando a emborracharnos Jugando a la amistad alcohólica con los que conocían la vida de verdad
El Omar con su jockey viejo y sucio Con los ojos vidriosos Con sus ojos cerrándose en medio de la borrachera Con sus ojos perdidos en la soledad alcohólica del bar Con sus ojos perdidos en su historia La historia de una vida de trabajo sin sentido diluida en partidas infinitas de dominó y de vasos de malta
En el Bar Andrea, que después lo cerraron porque se murieron los dos dueños. Primero uno y después el otro. De cáncer se murieron los tíos
Y al Omar nunca más lo vimos Nosotros seguimos ahogando nuestras borracheras en otros bares y cunetas
Y ahora estoy de nuevo acá en el compiuter Acordándome y escribiendo Porque en esta habitación lejana tengo sólo mis recuerdos Que brotan y se escriben en mis palabras
Gadaré y Rodsó se cruzaron en el umbral de la puerta. Los ojos del segundo buscaron el rostro del primero, quien levantó de improviso la mirada. Se examinaron mutuamente durante un segundo y luego, el rostro de Gadaré se movió ligeramente hacia abajo, como realizando una sutil afirmación. El republicano se hizo a un lado y lo dejó pasar. Vestía un impecable uniforme militar y una elegante capa azul que llegaba casi al suelo. Se acomodó con rapidez frente a Nuspano de Daroschen. Cruzó una de sus piernas sobre la rodilla de la otra y las puntas de sus dedos se encontraron sobre su regazo.
Nuspano quiso disfrutar de su pequeño momento. Durante años había debido soportar miradas de desdén y una silenciosa indiferencia de tipos como él.
-Y bien mi estimado coronel, ¿qué se siente tener que rebajarse a pedir el socorro de alguien a quien desprecia?
El coronel se mantuvo impasible.
-El destino a veces es irónico ¿no? Durante años se nos han opuesto como enemigos, han despreciado y ridiculizado nuestras ideas y ahora lo tengo aquí, obligado a negociar conmigo.
-Creo, mi estimado señor de Daroschen- comenzó a hablar el coronel con diplomacia-que se equivoca conmigo. Nunca, y póngame atención, ¡nunca! he yo menospreciado ni sus ideas ni las de nadie más. La política es así simplemente. A veces, pone en trincheras opuestas a personas como nosotros, que quizás bajo otras condiciones podrían haber mantenido relaciones de muy diverso tipo y porque no decirlo, tal vez estrechar profundos e íntimos lazos de amistad. Porque le digo mi amigo, y déjeme que le llame así, amigo, que usted y yo nos parecemos mucho más de lo que cree.
-Yo no lo creo ¿En que podríamos parecernos usted y yo?
-¿Pero no somos acaso los dos hombres políticos? ¿No estamos los dos aquí acaso, porque creemos que a través de nuestro trabajo podemos hacer del mundo un lugar mejor? Sí, somos los dos soñadores e idealistas y esto, déjeme que se lo diga, nos hace más que amigos, nos hace hermanos.
Por unos instantes, Nuspano pensó que había juzgado mal al coronel, pero desalojó rápidamente aquella idea de entre sus pensamientos.
-Déjeme que le diga, mi amigo –respondió entonces, no sin cierta sorna en su voz- que el único sueño suyo y de los de su clase es el oro. El oro y nada más que el oro. Bueno, tal vez también la plata… y porque no decirlo, los diamantes y la seda.
El coronel sacudió pesadamente la cabeza.
-Que mal que me comprende usted mi estimado señor. Usted habla de los metales y las joyas como si fuera eso el único objetivo de mi vida, y déjeme decirle que se equivoca. Nuestro objetivo no ha sido nunca otro que el de ver resurgir a nuestra amada República de las Tres Islas, devolverle toda su gloria y todo su poder. Las riquezas materiales querido amigo mío, son sólo un medio para nuestro fin, y nuestro fin no es otro que devolver la prosperidad a todo los súbditos, incluidos nuestros vasallos.
Nuspano intentó hablar, las palabras se le atragantaban y no podía ni quería contenerlas, pero Toespan le hizo un gesto con la mano, como pidiéndole tiempo para continuar.
-Se equivocan por cierto, todos los que dicen que no pensamos en el pueblo llano, se equivocan rotundamente, pues ellos han estado siempre en el centro de nuestros pensamientos. Por eso le decía que usted y yo nos parecemos mucho más de lo que podría imaginar. Hasta ahora la política nos había dividido a nosotros, a todos quienes creemos que los vasallos, los campesinos y mineros, los pescadores y los pastores, merecen mucho más de lo que tienen. Cuantas veces no he deseado abrazarlo al escucharlo hablar en algún debate. Déjeme que le diga, que cada vez que se dirigía a este senado de momias, con sus palabras llenas de pasión e ideales, yo lo he admirado, y he lamentado profundamente estas frías y anticuadas leyes no escritas de la política que me impedían acercármele y darle ese abrazo fraterno de apoyo que tanto necesita –el coronel parecía estar llegando al climax de su discurso. Nuspano lo observaba sorprendido, jamás hubiera imaginado que un hombre como él albergara tales pensamientos- porque yo, al igual que usted, creo que en esta nación que amo hay una injusticia fundamental, una deuda con nuestro pueblo que no hemos saldado, y es esta la oportunidad de hacerlo. Y créame, que no soy el único al interior de mi partido que desea dirigirle a usted palabras de este mismo tipo. Qué dice entonces mi amigo ¿Cree que podemos lograr algún acuerdo?
Le costó unos instantes a Nuspano salir del profundo asombre que el discurso del coronel le había producido. Al inicio no pudo tomarlo en serio, pero en esta última parte, al verlo agitar los brazos y levantar las manos al cielo –como poniéndolo de testigos de sus palabras- y observar sus ojos llenos de pasión, no pudo no creerle y estaba casi del todo convencido que alguien que mentía concientemente no era capaz de hablar de tal modo y que por ende el coronel, al igual que él, era un incomprendido, un hombre aislado que por lealtad a su casta y su partido había debido callar hasta ese momento sus verdaderas convicciones.
-No sé bien que decirle… nunca me hubiera esperado este discurso de parte suya- logró balbucear al fin.
-No se preocupe. Basta que se comprometa a trabajar conmigo. Es necesario poner orden en mi partido también. Hay quienes se oponen categóricamente a todo acuerdo con ustedes y que prefieren votar por la paz, hay también otros que esperan conseguir la mayoría por otros medios. Déme hasta mañana al mediodía y lograré atraerlos hacia nuestro bando.
Recobrando un poco la compostura, Daroschen tomó aliento para hacer la pregunta que de verdad le interesaba.
-Todas sus palabras han sido bellas, coronel, pero dígame, ¿Qué tan lejos quiere llegar usted?
-¿A que se refiere?
-Me refiero al verdadero objetivo. Nosotros tampoco nos conformaremos con poco. Su discurso ha sido elocuente y me ha convencido de su sinceridad, pero dígame ¿pretende usted apoyarnos en nuestra meta de conseguir el voto universal?
-¡Oh!… esas son sin duda palabras mayores, pero es una meta que vale la pena intentar alcanzar. Yo, mi querido amigo, lo apoyo, de todo corazón, pero le advierto que nos enfrentamos a muchos intereses mezquinos, que no vacilarán en exigir algo a su vez, ya que nuestro meta es altísima y su costo será equivalente. Habrá que negociar. Pero en la medida en que usted se comprometa a darnos su voto, a apoyar esta guerra que nos devolverá toda nuestra antigua gloria, le aseguro que todo es posible. Dígame, sin tapujos ¿puedo contar con su voto?
-Por cierto que sí, pero sólo en la medida en que ustedes apoyen el voto universal.
-Bien dicho, me gustan los hombres decididos, con objetivos claros como usted. Deje lo otro en mis manos.