viernes, 19 de febrero de 2010

un domingo y un laberinto, o sea dos poemas nuevos!!

Espectral Tarde de Domingo

flotan en torno a mí los espectros

los sentimientos de lo que fue y lo que será


espectrales las horas se alargan

se alargan hasta el delirio



incorpórea fantasmagórica aparición

Incompresible inasible momento



espectral tarde de domingo



flota gris un espíritu en mi cuarto

fantasma

viaje eterno a mi presente



Laberinto de Agua


Laberinto de agua

Suave
Líquido
Vientre

Memoria
Futuro
Placenta

Perderse en los líquidos muros
Mojándome las manos y los pies

Lotos
Líquenes

Entrar en mi laberinto de agua

Entrar con el sol en los ojos
Desnudo
Lejos de la multitud


Recuerdo
Calor
Diáfana
Luz
Infancia

Líquido
Perfume

Laberinto de agua
Tierno irremisible extravío

domingo, 14 de febrero de 2010

Contradicción

Contradicción

A veces el desencanto se entrelaza a la grisácea luz de la monotonía, y entonces es como un precipitarse, un caer desde los cálices hasta las pozas de cerveza añeja y hedionda. Y el vómito. Y esas veces, es como si todo el cielo confabulara en nuestra contra, desde el origen de los días, hasta el minuto actual que se arrastra eterno, siempre igual a sí mismo.

A veces, el día llega henchido de una alegría desbordante, y la luz parece amarilla, y aceptamos sonrientes el desafío, y es como si fuéramos una bandada de pájaros, o un enjambre de insectos rumorosos, y entonces el día se despedaza en una secuela de cuadros luminosos, como impresionistas, como un millón de manchas llenándonos de regocijo, imprimiendo en nuestras retinas la imagen de un futuro triunfante, transformando nuestras pupilas en diamantes enloquecidos por la visión refulgente de un destino que juega entre el altar del sacrificio y el borde del abismo.


Así nos movemos, entre las pozas de alcohol barato y la ventana del futuro. Entre las contradicciones de la melancolía –o peor, la monotonía, enemiga mortal de la vida- y de un hiperoptmismo desbordante de pétalos y de abejas.

Y quieren hacernos creer que nuestras caminatas en los atardeceres, que nuestras horas desperdiciadas ante cualquier pantalla, que las borracheras que rompen la continuidad del espacio tiempo, que nuestra tristeza de columpio vacío en la plaza, que la carcajada y la angustia tienen que ver con algo así como la razón.

Fuimos y seremos la contradicción originaria, big bang primero de la eternidad, testigos y verdugos del irracional desplegarse del universo, somos contradicción de sueños y de hechos, síntesis defectuosa de lo intangible y material, el primer y último secreto, el único y eterno misterio, observador final del fin de la entropía, veremos congelarse las constelaciones, veremos comprimirse las galaxias, veremos nacer de nuevo las explosiones, en los resquicios de la cotidianidad, en la lucha de la monotonía y la locura, ahí entreveremos todas las preguntas que sólo tienen respuesta en el poema, en la creación poética de los mundos.

Vivir Arrojado (2° parte)

...


Retomamos así el relato. Nuestro héroe, tras poner en orden los dañados fragmentos de su memoria y tras empujar hacia su garganta las últimas gotas del elixir que lo ha devuelto a la vida consciente, logra poner en movimiento su cuerpo y encaminarse hacia la casa con sus amigos. Y es ahí recibido como un mártir. Su mejor amigo deja de lado la cerveza que tenía en la mano y toma un rotulador negro y esgrimiéndolo sobre su abdomen lo conmina a someterse a una ceremonia chamánico-iniciática que nadie entendía bien. Una tras otros caen todos bajo el poder transmutador del rotulador y la cerveza, cristalizado en un tatuaje abdominal.


Un vaso medio lleno cae de la mesa y se quiebra


-El tiempo parece detenerse- dice en cierto momento uno de sus amigos, o más bien no detenerse, no es que al mirar el reloj éste ya no marque el paso de los segundos y los minutos, intenta seguir explicando, pero su fugaz idea se confunde ya con otras palabras que se le escapan, nuestro héroe en tanto, escucha tan sensata expresión sentado entre unas matas de boldo, regocijándose en su aroma, hasta que se para y se mete en la conversa. Habla rápido, como escupiendo palabras, no Liliput, no, no es eso, no es que el tiempo halla parado, sino que nosotros nos salimos del tiempo, es como si para nosotros el tiempo ya no tuviera sentido. El Güaren habla entusiasmado también entonces, sí exclama, es como si estuviéramos en el país de los juguetes, con extrañeza es observado por sus amigos y aclara, el país de los juguetes es donde el tiempo de la producción queda suspendido y por lo tanto el tiempo lineal deja de tener sentido, agrega que lo leyó en un texto de la universidad pero que su memoria tratada de modo tan inmisericorde en los últimos días, es incapaz de entregar demasiados detalles, pero agrega que por ejemplo, en el país de los juguetes todos los días es domingo, y que se puede jugar eternamente, así, ensimismados en las dimensiones filosóficas en que la desenfrenada pachanga que ha envuelto sus existencias se ha precipitado, deciden ir a comprar más pilsen.


Nuestro protagonista sale junto al Güaren con envases de cerveza en mano hacia la boti de la vuelta de la esquina. Un perro le ladra a la entrada, y su amigo saca registro del recorrido con su cámara digital. Espera afuera. El Güaren sale con cuatro cervecitas heladas. El cielo se tiñe de crepúsculo, el sol comienza su deslizamiento final hacia el horizonte. El Perro vuelve a ladrar. El Güaren observa el nacimiento del ocaso, en su mirada se lee la consternación, no te preocupí’ le dice su amigo agarrando dos de las chelas, el tiempo ya no nos toca, estamos fuera, navegamos en un espacio en el que el resto del mundo ha perdido importancia, estamos arrojados en medio de la existencia. El otro lo mira como asintiéndole con la mirada y le dice: ¿abramos una al tiro?


Adentro de la casa el resto de los juerguistas preparan un joincito, nuestro protagonista encuentra buena la idea de los pitos y se pone a hacer otro, la cerveza corre entre todos. Mientras observa con un dejo de melancolía la mar a través de la ventana, habla de la niña de la noche, habla de lo triste que es estar solo y de otras nostalgias que parecían olvidadas, pero uno de sus amigo le dice que hay otro carrete esa noche, y que ahí iba a estar la mina que se había agarrado.


Nuestro amigo se entusiasma y baja con los demás a la playa a tomarse un resto de pisco que les había sobrado de la noche anterior. Ahí se encuentran con unas amigas que más rato van también al carrete. Envueltos en la penumbra de la noche y en el constante romper del mar frente a ellos, se fuman unos pitos, se toman el pisco, las cervezas y conversan del carrete, alguien cuenta un par de chistes y otro intenta sin demasiado éxito hacerse el lindo con las niñas.


Un gato se acerca ronroneando.


La manada entra en movimiento, las estrellas danzan sobre sus cabezas, sus pies pisan caminos de tierra, sus manos esgrimen botellas semi vacías, sus ojos miran un lugar indeterminado del presente o del futuro, las pocas luces del alumbrado público parpadean a su paso, avanzan hacia la noche y sus figuras se desdibujan en la oscuridad. Gritan y ríen.


Se adentran en los pasajes laberínticos del balneario, cantan, conversan, hablan sobre estos últimos días, cada paso los aleja del mundo y los acerca hacia algo que no saben bien lo que es, pero que pese a eso no dejan de añorar. A lo lejos, risas. A la distancia una melodía que los envuelve y completa el espacio entre ellos, es la música de la noche, de la pachanga y de la fiesta, es el tiempo fuera del tiempo, la entrada a las brumas del sueño.