miércoles, 7 de abril de 2010

La República de las Tres Islas, CAP. V, Vivir Arrojado, CAP. II

Le doy una pausa a mipoesía para retomar la narrativa. Prosigue La República de las Tres Islas (quien se adentre por primera vez en esta historia debería acceder al primer capítulo a través del índice que se encuentra a la derecha del blog, o de las entradas al final de cada post), ¿qué decidirá finalmente Nuspano?

Termina también aquí el relato breve Vivir Arrojado, quien deba comenzarlo desde el inicio, encontrará el enlace en el índice del blog.

¡Comenten y critiquen!


Capítulo V, La República de las Tres Islas.

V

El rumor incesante en los pasillos y el patio resonaba extraño dentro del silencio. Era como si llegará desde el más allá, desde otra dimensión, desde un mundo extraño, desde un mundo que a Nuspano se le revelaba minuto tras minuto como una realidad completamente ajena.

Su rostro se escondía tras sus manos, sus codos se apoyaban en el escritorio. Lejos, el sol se escondía tras el horizonte y la figura solitaria del senador de la provincia de Dodara se perdía entre las tinieblas que comenzaban a envolverlo.

Del cajón de su escritorio extrajo papel, una pluma y tinta. De algún modo debía ordenar sus ideas. O por lo menos darle una salida a la angustia que se revolvía en su estómago, que trepaba por su garganta.

Por un lado, el mundo parecía estar al borde de la barbarie. La guerra llama a la guerra y así la sangre correría y correría.

Un baño de sangre.

Lo escribió con grande y bella caligrafía, ocupando una hoja completa.

Un baño de sangre, pensó para sus adentros, meditabundo

Por otro lado, el mismo había llegado al extremo de una crisis personal. Había acariciado por unos momentos la sensación del poder. Se ilusionó, cuando ya estaba más allá de toda esperanza, con que algo de poder había ido a dar a sus manos, y que ahora podría torcer el rumbo de los acontecimientos, influir de modo tal que su paso por el senado tuviera algún sentido, pero se había engañado una vez más.

El día que había comenzado su mandato, el día en que ocupó el mismo despacho en el cual estaba ahora, pensó que entraba a participar del poder que ordenaba el mundo, que el poder estaba de algún modo encarnado en la institución misma, en el edificio, en el congreso, pero aquello no tardó en revelarse como una ilusión. La ilusión de los marginados, de los que viven en la periferia, en los rincones olvidados del mundo. Amargamente pudo comprobar que si en la venerada institución del parlamento residía algún poder, él no era participe. De ningún modo. No tardo en percibir como las decisiones no eran tomadas ahí, y como no eran ni el cargo que se ocupaba, ni su voto los que determinaban el verdadero uso del poder. No tardó en observar como sólo los que poseían poder fuera del parlamento, lo tenían también dentro, no tardó en ver como residía en la persona, y no en la institución, no era en las leyes, o en el cargo que se ocupaba, lo que fundaba la personal cuota de poder.

Y ahora el mundo marchaba hacia un baño de sangre. Y se volvía a preguntar que había pasado con ese efímero poder que había pasado por sus manos. La relación de fuerzas había cambiado en un cierto momento y se vio a sí mismo con la facultad de decidir. El cambio producido en el orden, los senadores que votaron contra su propio partido, otros que anularon o que no obedecieron las órdenes, lo habían desplazado del margen al centro. Había sido, por una tarde, la vedette estrella del congreso, con la que todos quieren estar. Y ahora estaba de nuevo inmóvil, impotente, con el mismo poder que su secretario, o tal vez menos.

¿Dónde esté el poder?

Lo escribió justo debajo de la frase anterior, en caracteres más pequeños.

El secretario se asomó para avisar que se retiraba.

Afuera era ya noche cerrada, pero la actividad, aunque disminuida, continuaba.

Evitar el baño de sangre. Al menos, a pesar de todo, le quedaba esa convicción. Pensó en Gadaré. Incluso el estaba dispuesto a enviar a su gente al matadero. ¿Por qué? Y sobretodo, ¿por qué el mismo se había dejado convencer tan fácilmente? El voto universal era sin duda el gran ideal del movimiento, ¿pero valía la pena conseguirlo a ese precio? ¿Podrían continuar afirmando los mismos valores luego de la masacre? ¿Podrían acercarse al ideal con las manos manchadas? ¿Era realmente capaz el anciano Gadaré, de renunciar a todo con tal de conseguirlo?

La figura de Nuspano cobraba un aire tétrico entre las penumbras que lo envolvían. Envuelto en sus meditaciones olvidó prender alguna vela, dejándose envolver por las sombras. Se sentía profundamente cansado. Agotado por las discusiones y las emociones de la jornada. Sus párpados tendían a cerrarse. De fuera llegaba el sonido de pasos apresurados por el corredor, del patio ascendía el rumor de las conversaciones como un murmullo que lo arrullaba. De improviso, la habitación le pareció un poco más oscura, como invadida por una oscuridad impenetrable. Los sonidos cesaron. Nuspano se vio aprisionado en el más profundo silencio y en la más absoluta oscuridad y un cierto temor recorrió su espalda, como una gota de sudor frío.

Alzo la vista y de pronto fue como si en una de las paredes las penumbras desaparecieran, mostrando tras de sí la imagen del cuadro con los pescadores y sus esposas.

Ahí estaban una vez más los hombres empujando el bote por la arena, y las mujeres esperándolos. Pero de pronto, el cuadro pareció oscurecerse en ciertos sectores, era como si un líquido oscuro cayera sobre él, deslizándose lentamente hacia abajo, cubriendo los cuerpos de los personajes, manchando la arena de la playa.

Se levantó. Se acercó con pasos dubitativos. El líquido escurría ya por la pared. Sus dedos lo tocaron, explorándolo. Era una sustancia relativamente espesa y viscosa. Apoyó sus manos en el cuadro, para limpiarlo, no quería ver esos personajes que tanto amaba en el fondo de su alma, ocultos, manchados. Y de pronto la luz volvió, y se vio las manos rojas. Completamente rojas. Manchadas con sangre. Y vio el cuadro, cubierto de sangre, y la pared ensangrentada y la sangre escurría ya por el piso, llegando a sus pies, mientras él observaba atónito sus manos manchadas, manchadas con la sangre del pueblo y gritó y abrió los ojos y se alivió al entender que había sido una pesadilla, sólo una horrible pesadilla.

(Continua)


Vivir Arrojado Cap. II


Retomamos así el relato. Nuestro héroe, tras poner en orden los dañados fragmentos de su memoria y tras empujar hacia su garganta las últimas gotas del elixir que lo ha devuelto a la vida consciente, logra poner en movimiento su cuerpo y encaminarse hacia la casa con sus amigos. Y es ahí recibido como un mártir. Su mejor amigo deja de lado la cerveza que tenía en la mano y toma un rotulador negro y esgrimiéndolo sobre su abdomen lo conmina a someterse a una ceremonia chamánico-iniciática que nadie entendía bien. Una tras otros caen todos bajo el poder transmutador del rotulador y la cerveza, cristalizado en un tatuaje abdominal.


Un vaso medio lleno cae de la mesa y se quiebra


-El tiempo parece detenerse- dice en cierto momento uno de sus amigos, o más bien no detenerse, no es que al mirar el reloj éste ya no marque el paso de los segundos y los minutos, intenta seguir explicando, pero su fugaz idea se confunde ya con otras palabras que se le escapan, nuestro héroe en tanto, escucha tan sensata expresión sentado entre unas matas de boldo, regocijándose en su aroma, hasta que se para y se mete en la conversa. Habla rápido, como escupiendo palabras, no Liliput, no, no es eso, no es que el tiempo halla parado, sino que nosotros nos salimos del tiempo, es como si para nosotros el tiempo ya no tuviera sentido. El Güaren habla entusiasmado también entonces, sí exclama, es como si estuviéramos en el país de los juguetes, con extrañeza es observado por sus amigos y aclara, el país de los juguetes es donde el tiempo de la producción queda suspendido y por lo tanto el tiempo lineal deja de tener sentido, agrega que lo leyó en un texto de la universidad pero que su memoria tratada de modo tan inmisericorde en los últimos días, es incapaz de entregar demasiados detalles, pero agrega que por ejemplo, en el país de los juguetes todos los días es domingo, y que se puede jugar eternamente, así, ensimismados en las dimensiones filosóficas en que la desenfrenada pachanga que ha envuelto sus existencias se ha precipitado, deciden ir a comprar más pilsen.


Nuestro protagonista sale junto al Güaren con envases de cerveza en mano hacia la boti de la vuelta de la esquina. Un perro le ladra a la entrada, y su amigo saca registro del recorrido con su cámara digital. Espera afuera. El Güaren sale con cuatro cervecitas heladas. El cielo se tiñe de crepúsculo, el sol comienza su deslizamiento final hacia el horizonte. El Perro vuelve a ladrar. El Güaren observa el nacimiento del ocaso, en su mirada se lee la consternación, no te preocupí’ le dice su amigo agarrando dos de las chelas, el tiempo ya no nos toca, estamos fuera, navegamos en un espacio en el que el resto del mundo ha perdido importancia, estamos arrojados en medio de la existencia. El otro lo mira como asintiéndole con la mirada y le dice: ¿abramos una al tiro?


Adentro de la casa el resto de los juerguistas preparan un joincito, nuestro protagonista encuentra buena la idea de los pitos y se pone a hacer otro, la cerveza corre entre todos. Mientras observa con un dejo de melancolía la mar a través de la ventana, habla de la niña de la noche, habla de lo triste que es estar solo y de otras nostalgias que parecían olvidadas, pero uno de sus amigo le dice que hay otro carrete esa noche, y que ahí iba a estar la mina que se había agarrado.

Nuestro amigo se entusiasma y baja con los demás a la playa a tomarse un resto de pisco que les había sobrado de la noche anterior. Ahí se encuentran con unas amigas que más rato van también al carrete. Envueltos en la penumbra de la noche y en el constante romper del mar frente a ellos, se fuman unos pitos, se toman el pisco, las cervezas y conversan del carrete, alguien cuenta un par de chistes y otro intenta sin demasiado éxito hacerse el lindo con las niñas.


Un gato se acerca ronroneando.


La manada entra en movimiento, las estrellas danzan sobre sus cabezas, sus pies pisan caminos de tierra, sus manos esgrimen botellas semi vacías, sus ojos miran un lugar indeterminado del presente o del futuro, las pocas luces del alumbrado público parpadean a su paso, avanzan hacia la noche y sus figuras se desdibujan en la oscuridad. Gritan y ríen.

Se adentran en los pasajes laberínticos del balneario, cantan, conversan, hablan sobre estos últimos días, cada paso los aleja del mundo y los acerca hacia algo que no saben bien lo que es, pero que pese a eso no dejan de añorar. A lo lejos, risas. A la distancia una melodía que los envuelve y completa el espacio entre ellos, es la música de la noche, de la pachanga y de la fiesta, es el tiempo fuera del tiempo, la entrada a las brumas del sueño.


No claudicar, no denegar del frenesí, así podríamos describir la irrupción de nuestra manada en la fiesta de la noche. Un torrente de arrogante despreocupación invadiendo los recovecos de las conversaciones, los cruces de las miradas y los grupos de amigos.


Entre gritos e ingesta no muy controlada de vino o piscola, nuestros entrañables protagonistas se dispersan en la pachanga. Así, entre pasos y diálogos furtivos, nuestro protagonista distingue entre cuerpos indistintos, a su chica de la noche anterior. A pesar de sus acercamientos acechantes y silenciosos, a pesar de su intención de enmascararse entre la espesura, sus intenciones parecen demasiado obvias, la niña con un par de miradas y secas respuestas a sus tímidos y evidentes acercamientos, da a entender con toda claridad que el desliz de la noche anterior no volverá a suceder. En fin piensa él, nada es perfecto y se aleja, dejándose tragar por ese estado de suspensión del mundo, desplazándose con seguridad por el momentáneo escenario de la existencia, dejándose mimetizar con la maraña de voces y cuerpos que lo rodean, se deja absorber, a la niña ya podrá buscarla algún día, si es que tiene ganas.


La noche fluye y su fluido tiene un pulso, irrumpir en el país de los juguetes es vivir en ese pulso, confundirse con el paso de las horas, desteñirse en su contorno sin que se diluya la alegría. Es lo que en esos momentos sienten y hacen, entregados al discurrir de los minutos, al golpear de los acontecimientos, como entre una niebla fosforescente caminan tambaleantes, pero sabiendo siempre hacia donde, sin perderse entre los laberintos donde las existencias se consumen.


Entre medio, baile, música, gritar, reir. Conversar, pensar, inventar, reinventar, discurrir y olvidar.


Un perro ladra a lo lejos en la calle.


La luz del día se cuela entre las cortinas semi abiertas del living. Entre ellas, a lo lejos, resplandece el azul del mar. Sobre la mesita de centro, vasos sucios, colillas de pitos, en un sofá el Güaren abre los ojos con su cabeza enterrada entre los cojines. Una figura mira por la ventana. Buena Mono le dice, o eso intenta decir más bien, porque no esta seguro de lo que pronuncia. Se paran juntos un rato mirando por la ventana. Se sientan en silencio. No son del todo capaces de hablar. El resto de la pandilla emerge de entre las habitaciones. Se sientan alrededor de la mesita de centro.


¿Qué es ese mar al fondo en el horizonte? ¿Qué significa ese cielo tan insolentemente celeste?

Se miran entre las fisuras de sus mentes. Las brumas de la noche los rodean aún, se muestran sus tatuajes, pero ya no demasiado eufóricos. Sus cuerpos han conocido el límite, sus mentes, quieren pensar ellos, estuvieron un paso más allá. Bajan silenciosos por la estrecha escalerita que los lleva a la playa. Nadie quiere cocinar, hay que buscar un lugar donde comer. El sol pende inclemente sobre ellos, sus pasos se arrastran, sus bocas murmuran, su marcha es lenta, se cuela entre jirones de realidad. Se detienen ante los titulares de los diarios en el kiosco de la esquina, nuestro héroe acota que perfectamente podría haber pasado una semana sin que ellos se dieran cuenta, o sea si alguien les dijera que era el lunes de la semana que venía, bien podría ser eso cierto. De los titulares no entienden ninguno, tampoco les interesa.


¿Existe entonces un mundo más allá de las calles de tierra de este balneario tercermundista? ¿Existen realmente esas guerras, esos muertos y esos atentados? Y esos rostros tan políticos y sonrientes ¿Existen en la realidad? –Estamos frente al mar y no podemos ver el horizonte- dice el Güaren ¿Qué tienen que ver estas letras impresas con nosotros? ¿Qué tenemos nosotros que ver con todo este mundo? ¿De qué galaxia muy muy lejana vienen estas noticias?


Mientras caminan buscando un lugar donde comer, uno de ellos dice algo así como que sentía que se habían pasado la cultura por la raja, que en tres días habían ignorado todo, porque nada había importado. Que civilización, que dos mil años de historia, que sociedad, durante unos días, continúa otro, nada de eso existió.

En el semáforo un auto frena de golpe.


Entre el celeste del cielo y el azul del mar, las nubes intentaban dibujar alguna forma y sus ojos nadan en un presente sin fin, sus pasos caminan las vías del mundo. Mañana tengo examen dijo nuestro héroe, pero no importaba mucho, después de eso, ya nada importaba demasiado, y eso era liberador.


Vivir arrojado, atisbar el frío del espacio exterior y habitarle temiéndole menos que a la amenaza de los rostros de la tele, parecía cada vez más cuerdo mientras sus pies les arrastraban hacia el alimento.


Deambular, aunque sólo unos días en las inmediaciones de la cultura y atisbar por el rabillo del ojo, en medio del torbellino arrasador de la existencia, el último destello de la vida. Es después que volverán las ocho horas diarias de sueño y la pacificadora tibieza del amor, pero el resplandor desgarrante de la vida, entrevisto por un instante tan sólo, no puede ya desaparecer, es verse en el reflejo y no temer en el momento de la verdad, a unos segundos de felicidad. Luego ya queda tan sólo abandonar la cima del mundo y pedir una merluza con agregado.


El mozo grita la orden hacia la cocina.