martes, 9 de febrero de 2010

El Río, Al Filo

El Río

Se alarga y se contrae
mi sombra a través del río

Se ahogan mis pies en tu ribera de fango
Y mi silueta oscura se abraza a la corriente

Río de cariños y de sombras
Amárrame a tu torrente
Llévame entre tus rocas y rápidos
Hasta el mar
Hasta tu boca que besa el océano

Ondula desde tu lecho mi sombra
Mi oscura silueta a tu cauce me conduce

Trágame y lávame las heridas
Hasta tu orilla
La comisura de tus labios



Al Filo

Caminar sobre el filo de la navaja
con los pies ensangrentados

Guirnaldas y cotillón

Tropezando

Suspendido en el precipicio



Pequeñas gotas de sangre escarlata



Cayendo


Hasta las grietas


Hasta las raíces y las almendras

Capítulo IV: La República de las Tres Islas.

IV

Por un instante, luego que el coronel saliera, su despacho le pareció inmenso. Caminar de su escritorio a la puerta, de la puerta a la ventana, era como atravesar el mundo de un extremo a otro. Cada paso parecía parte de un ritual solemne, cada respiración parecía encerrar el peso del universo, era como si el secreto de la existencia flotara como anillos de humo a su alrededor, era como estar apunto de aferrar algo inconmensurable, trascendental y efímero, brutalmente efímero.

Observaba el cielo de la habitación cómodamente derrumbado en su poltrona, sin poder reprimir una ligera sonrisa que afloraba en su rostro. De improviso, su puerta volvió a abrirse y por ella se asomó la cabeza de su secretario.

-Señor, su excelencia el duque de Pegnopis, solicita una entrevista con usted.

Nuspano cayó abruptamente de sus ensoñaciones. El duque era no sólo una de las figuras más importantes del Partido Conservador, sino que un noble de altísimo nivel, pariente cercano del rey y en otros tiempos había sido elegido incluso como presidente del senado. Jamás habría esperado recibir a tan importante figura en su despacho y la verdad no sabía muy bien como tratarlo.

Antes de que diera una respuesta, un anciano envuelto en finos trajes adornados con hermosas joyas, entró en la habitación. Caminó hacia la silla frente al escritorio de Nuspano, apoyado en su bastón y con un andar y un semblante que mostraban un total desprecio frente a todo lo que le rodeaba.

-Dígame… su excelencia, en que lo puedo ayudar- atinó finalmente a decir.

-No quiero entretenerme demasiado en este lugar, por lo que seré preciso y conciso –afirmó mientras tomaba asiento-. Usted y yo tenemos un objetivo común. No queremos entrar en esta guerra. Luego de que muera la primera víctima, ya nadie sabrá que es lo que pueda suceder. Así que hábleme con claridad y dígame en que modo podemos ponernos de acuerdo.

Nuspano no pudo evitar una expresión de goce luego de explicarle que no tenía ninguna intención de llegar a algún tipo de acuerdo con él. El viejo a su vez, no pudo contener la rabia que le causaba el desdeñoso tratamiento que se le estaba concediendo.

-¡Como osa! ¡Como osa tratarme de este modo! Reconozco que somos enemigos políticos, pero esto no le da derecho a desdeñar mi alta condición nobiliaria. ¿Acaso no entiende el altísimo honor que se le ha concedido al ser yo, el duque de Pegnopis, uno de los nobles más importantes de Eojt, el enviado a negociar con usted? Y usted desdeña, desprecia sin más esta oportunidad. Sin duda, usted no entiende las infinitas posibilidades que se abren a su carrera al tener la posibilidad de poder tratar con una eminencia de mi nivel. Privilegios, un mundo de privilegios ¿entiende lo que es eso?

-Me temo, señor duque, que hablamos distintos lenguajes. Porque si no estoy dispuesto a entrar en tratativas con usted, es precisamente por eso, porque lo que buscamos es que en este país desaparezcan para siempre esos privilegios de los que usted me habla.

De improviso, Nuspano se encontró con la fría mirada del duque, que lo escudriñaba sin pudor ni piedad. Por un instante se sintió invadido en sus pensamientos más íntimos, y los ojos fríos y llenos de determinación del anciano no dejaron de inspirarle un cierto temor. Pero repentinamente, el viejo se echó a reír. A carcajadas. Echando su cabeza hacia atrás e incluso sujetándose la barriga con las manos. Luego, un poco más calmado y secándose las lágrimas de risa con el dorso de la mano, habló, aún sin haber controlado del todo su ataque de hilaridad.

-Oh, que divertido… discúlpeme, pero es que hacia tanto tiempo que no conocía una persona tan abiertamente idiota como usted. ¡Ay la juventud! Ja, ja. Me parece que lo sobrestime, porque sin duda con su retórica melosa y obvia el coronel Toespan logró convencerlo de votar a favor de la guerra. Ay… que obvio que es todo. Y yo que pensaba que estaba frente a un nuevo talento político y me encuentro con otro tonto idealista más. En fin, todo esto significa que su abstención no fue un cálculo y que el coronel sin duda, le ofreció el apoyo de su partido para esa aberración del voto universal. Oh, que divertido… me imaginé que lo harían, pero nunca pensé que alguien podría creer en palabras tan estruendosamente falsas. Ese coronel, siempre he creído que erró de profesión, porque su verdadero talento es sin duda el teatro. ¿Me equivoco joven, o le hizo creer que estaba dispuesto a apoyarlo porque pensaba como usted? No me diga nada, el estupor de su mirada me lo dice todo. Escúcheme bien, porque yo no suelo repetir las cosas. Yo no soy como ese coronel, por el contrario, como ve, yo voy de frente y digo las cosas como me parecen, y el modo en que me parecen que son las cosas, suele ser el modo en que son en realidad. Yo no le hablaré con palabras melosas ni lo lisonjearé. Es más, lo hago conscientemente conocedor del desprecio que los tipejos como usted me provocan. Porque en política, tipos como usted son peligrosos. Este no es un espacio de sueños ni de ideales. Gobernar un país requiere perseverancia, determinación y sangre fría. Y ustedes carecen de todo eso, porque están dispuestos a todo con tal de no sacrificar sus altos ideales. Pero las utopías son precisamente eso, utopías, lugares tan inalcanzables como inexistentes. Sentido práctico joven, eso es lo que se requiere para hacer bien este trabajo. En fin, seré directo. No le crea a ese bribón de Toespan, nada de lo que dice es verdad. Jamás conseguirá un real apoyo para esa estupidez que planean, tampoco le interesa hacerlo, sólo le hará creer que lo está haciendo. Simplemente no cumplirá con su promesa. Esos cerdos republicanos son así. Son una manada de hijos de putas que no conocen ni la decencia ni la honestidad. Que han ultrajado una y otra vez todos los códigos de honor que alguna vez le dieron dignidad a esto que ahora no es mucho más que un burdel, o un circo, en el mejor de los casos. Pero yo no, yo creo que es necesaria la confianza y la transparencia. Por eso seré directo. Si nos apoya usted ganará no sólo riquezas, sino que poder e influencia. Le ofrezco aproximarse a la verdadera élite de este país. Le ofrezco dejar de lado su vida miserable y abrir las puertas de la verdadera sociedad, esa que cuenta, claro está.

Las carcajadas y el discurso del duque, no sólo desmoronaron el castillo de ideas y sueños que Nuspano acababa de construirse, sino que hundieron el dedo en su yaga más profunda, llegando hasta el fondo de su angustia: la inutilidad. Desde que había comenzado su mandato, solía sentirse atado de pies y manos, incapacitado para lograr alguno de los cambios con los que había fantaseado antes de instalarse en la oficina que ahora ocupaba. Y la causa de esa ineficiencia, solía pasar de atribuírsela al desfavorable contexto político en que se encontraba, a su propia ausencia de capacidad. Sus momentos más tristes se manifestaban cuando más que atado, se sentía inútil y culpable por no lograr algún resultado concreto.

No sabía si el duque tenía razón o no, no podía estar seguro de si los republicanos lo traicionarían o no, al fin y al cabo el hecho de que el anciano Gadaré apoyara las negociaciones con ellos era una gran garantía. Tal vez él pudiera ser engañado por un discurso lisonjero, pero el anciano jamás. No sabía si valía la pena o no entrar a una guerra si el objetivo por el cual la buscaban era del todo inalcanzable, no sabía si confiar o no en los cálculos políticos de Gadaré Untié, de lo único que estaba seguro, era que la propuesta del duque lo asqueaba, que lo que menos le interesaba en el mundo era entrar en ese añejo y decadente mundo de privilegios, de banquetes, sonrisas hipócritas y suaves golpeteos de complacencia en la espalda. En el mar de ambigüedad en el que se sentía ahogar, podía solamente aferrarse a esa convicción para no hundirse.

-No, ya se lo dije –su voz era algo más fuerte que un murmullo- sus privilegios y riquezas no me interesan…

-¡Oh Dios mío! Pero que paciencia hay que tener con ustedes. En el fondo deseas evitar esta guerra tanto como yo. Los dos sabemos que una vez derramada la primera gota de sangre nadie puede saber a ciencia cierta lo que vendrá después. Mejor dejemos que los otros se hagan pedazos entre ellos mientras nosotros nos fortalecemos… ya podremos cosechar luego los frutos de la paciencia, ahora esforcémonos por mantener la paz al interior, ya podremos mirar hacia afuera una vez hallan dejado de despedazarse entre sí y entonces si que valdrá la pena, te lo aseguro, pero por ahora seamos aliados en mantener la paz, nos traerá suculentos dividendos a ambos.

Nuspano observó no sin cierta repulsión como el anciano se frotaba las manos al terminar su discurso. En su mente se formó la imagen del viejo hurgando entre un campo de cadáveres, encorvado, con el rostro deformado por la avidez, con las manos como garras, garras hábiles que intruseaban entre los cuerpos inertes. Reprimió una mueca de repugnancia. A final de cuentas, si alguna certeza podía quedarle, era el desprecio y el asco que el viejo y su mundo le provocaban.

Sí, aún tenía algo a que aferrarse.

-¿Cómo cuervos?- respondió al fin- ¿Quiere reducir el país a una especie de gigantesca ave carroñera? ¿Eso es la dignidad de la nación para usted? No, no me interesa. Ni usted, ni sus riquezas, ni nada. Es cierto, podemos hablar de la paz, pero bajo otros términos. Usted no desconoce ni mis ideales ni los objetivos de mi partido. Solo sobre eso podremos llegar a un acuerdo.

El duque de Pegnopis lo observó con ojos atentos y algo sorprendidos. Sentía que la presa estaba a punto de escapársele. Las cosas siempre se complicaban un poco cuando no lograba derrumbar moralmente a sus contendores. Le sorprendía que luego de su último discurso Nuspano hubiese logrado encontrar algo a que asirse para seguir negociando. Se mostró más fuerte de lo que pensaba. Sin duda no podría ya conseguir la victoria absoluta que buscaba, llegados a este punto, en algo tendría que ceder.

-Muy bien joven. Me sorprende su retórica. Se ve que no podemos conseguir su voto sin alguna concesión. Pero recuerde que la elección es mañana, no tengo demasiado tiempo para lograr acuerdos, pero puedo ofrecerle, a pesar de esto, y con bastante seguridad, una reducción parcial de impuesto para los campesinos de Dodara…

Las palabras del anciano se vieron interrumpidas por una breve discusión en la antesala del despacho. Al parecer, el secretario intentaba infructuosamente impedir la entrada de alguien en la oficina. Finalmente la puerta se abrió de golpe y un joven entró agitado en la habitación.

-Señor Duque- dijo con una reverencia. Traigo un mensaje urgente.

El joven se le acercó, luego de que el duque le hiciera un leve gesto, y una vez a su lado acercó los labios a su oído. Nuspano pudo observar como el semblante del anciano pasaba de la preocupación, con el ceño fruncido y los labios apretados, a una expresión más relajada y jovial. Al terminar el mensaje, el duque hizo un gesto con la mano y el mensajero se retiro rápidamente. Luego se levantó y habló sin mirar a Nuspano, recobrando totalmente el aire de desprecio con el cual había ingresado momentos atrás.

-Me comunican que hemos conseguido inesperadamente un nuevo voto. Con esto, mi presencia en este lugar se vuelve del todo innecesaria.

Y dándole la espalda a su ex interlocutor, abandonó con prontitud la habitación, dejándola sumida en el silencio y la desolación.