miércoles, 20 de enero de 2010

Vivir Arrojado

parte 1


Acaba de comprar una pilsen. Hace calor, y por ello no puede sino recordar esa canción de Chico Trujillo, que es seguro un cover y que dice: en Tongoy; el sol calienta toda mi caña... paramparamparamparampam tutututu... y justo ahí le duele la cabeza con mucha mucha caña. No es Tongoy, pero el Quisco no está mal. El sol lo calcina. Calibra sus recuerdos. Se perdió, esa es la pulenta piensa, ahora, como rechuchas alguien se pierde en un pueblucho como El Quisco es un enigma; seguramente, hay que ponerle re- mucho empeño. Lentamente sin embargo, las ideas comienzan a escurrir por la mente tan indiscriminadamente maltratada de nuestro héroe. Al mismo tiempo, sus cinco sentidos comienzan a dar prueba de su existencia. Es así, que luego de abrir sus ojos, divisa la inmensidad del horizonte y la luz solar pareciera derretir sus poros exudantes de un licor cuyo grado alcohólico es inversamente proporcional a su calidad. Seguidamente, el tufo que es parte de su cuerpo hace aparición en escena. Luego, su paladar le hace percibir que es capaz aún de distinguir entre una pilsen de quina y tanto y otra de ocho gambas. Luego reordena sus últimos actos, que se diluyen en las brumas de sus ideas al igual que las formas difusas de las olas en la orilla de la playa.

Una Bocina desgarra la quietud a lo lejos.

Se despertó hace poco, le anduvo dando sed, se revisó los bolsillos, se pilló seis gambas y na’ e’ longi se fue a comprar una pilsoquita. Luego, ya nuevamente sentado frente al mar, con la doragüa entre las piernas y la mirada fija en el horizonte, comienza a tomar conciencia de que anoche no llego na’ pa la casa. Por un instante, en lo que dura un sorbo de cerveza, piensa que no sabe que hace ahí y siente un temor extraño en la base de su cuello mientras olvida momentáneamente que acaba de despertarse y de comprar esa cerveza. Mira un momento la arena de la playa y se calma al recordar su extravío nocturno. Intenta hacer memoria; y ahí recién se viene a acordar de la chica esa de anoche. Con los cabros no habían parado de darle al hueveo en todo el día, pero con ese defecto que tiene carretear solo entre hombres... una chica es siempre necesaria, aunque sea pa’ puro darle un poco de jugo. Estaban ya todos rajas, cuando partieron pa’ el brillo ese. Todos menos él, cancheros, agrandados, vamos a agarrarnos minas, somos tan ricos, vamos a matar etc. etc. Y el ahí, piolita, un poco más borracho que sus amigos (o harto más, depende siempre del punto de vista), un poco más low profile, decía: vamos a hueviar, las minas llegan solas. Eso recordaba mientras jugaba a hacer escurrir la arena de la playa por sus dedos para apalear el manso pedazo de caña que lo consumía bajo esa inclemente luminosidad celestial que parecía querer decirle con su calorcillo desesperante que el día del juicio final estaba más o menos cerca.

Mira luego unos instantes las pequeñas olas de la playa, y luego se acuerda de la socia. Sin saber como, de repente estaba sentado con ella, así uno al ladito del otro, pegaditos, y él métale hablando, métale cháchara, que esto que lo otro, dándoselas de interesante mientras sus amigos todos borrachos bailaban entre ellos renunciando a la idea de conseguir alguna conquista. Es en ese momento que el protagonista de este pobre relato, se percata de ser la última esperanza de una manada irremisiblemente hambrienta a la espera de un suceso que los saque de su mutuo aburrimiento.

Él la mira, ellos lo miran, ella lo mira, entre medio él le habla cosas supuestamente inteligentes para la hora, todos las partes se miran unas a otras, hasta que de pronto dos bocas se encuentran sin saber como, se hallan en una comunión un tanto obligada –pero nunca tanto- por las circunstancias. Todo esto no podía, sin embargo, acabar de otra manera: sus besos locos por aquí por allá, sus cariñitos, sus arrumacos y sus etc. etc. Entre medio, sus amigos aburridos de su propia soltería se van a dormir a la casa, pero él decide quedarse pinchando, y cuando al fin la loquita decide también irse a acostar (sola), él a su vez decide retirarse a sus propios aposentos y es ahí mero cuando se pierde, caminando hacia el lado opuesto al que tenía que ir. Ebrio como estaba, sólo tras innumerables preguntas y tras infinitas cuadras infatigablemente recorridas llega a la playa, exhausto, se desploma, y se despierta sólo para ir a comprar la pilsen que le permitió recordar los hechos, quizás extraños, hasta aquí relacionados. Sin embargo, para la sorpresa del lector, y esperamos también para su alegría imperecedera, he aquí narrados con ganas y maestría los acontecimientos inmediatamente posteriores.


continua...

2 comentarios:

  1. excelente! chistoso y entretenido. y que pasó???

    pauli andreu

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  2. wena pauli!!!!

    sigue en algunas semanas más!!!

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